Gaza y Ucrania demostrarán si Trump es un verdadero líder o solo un bravucónEricks Webs DesignEricks Webs Design
Donald Trump parecía el último rey de Escocia. Al son de las gaitas, el presidente recibió a Keir Starmer en uno de sus palacios de golf escoceses, en la patria ancestral de su madre. El primer ministro llegó el lunes como invitado y suplicante en un rincón de su propio Reino Unido. Starmer fue un […]
Donald Trump parecía el último rey de Escocia.
Al son de las gaitas, el presidente recibió a Keir Starmer en uno de sus palacios de golf escoceses, en la patria ancestral de su madre. El primer ministro llegó el lunes como invitado y suplicante en un rincón de su propio Reino Unido.
Starmer fue un mero extra mientras Trump dominaba la escena en una conferencia de prensa alucinante que abordó temas como su odio a la energía eólica, los marcos de las ventanas de su salón de baile y el Castillo de Windsor.
Trump coronó su día de ruptura de protocolo haciendo volar al primer ministro a través de Escocia en el Air Force One hasta otro de sus clubes exclusivos, en otra ostentosa muestra de la imagen del poder estadounidense.
Un día antes, la principal funcionaria de la UE, Ursula von der Leyen, igualó la efusividad de Starmer después de llegar al ventoso Turnberry Links de Trump para una audiencia con un acuerdo comercial que algunos europeos calificaron de rendición.
Los acontecimientos en la nueva capital temporal de Estados Unidos, en el suroeste de Escocia, fueron una lección objetiva de cómo Trump hace gala de su personalidad indomable y su incansable sentido de las debilidades de los demás para imponer su poder personal y acumular grandes victorias.
Tras seis meses de su segunda presidencia, Trump está consiguiendo justo lo que desea en muchos frentes. Está destruyendo el sistema global de libre comercio al alinear acuerdos comerciales marco que consagran una de sus antiguas obsesiones: los aranceles. Envió bombarderos furtivos estadounidenses por todo el mundo para bombardear el programa nuclear iraní. Y ha arrancado promesas de un gran aumento del gasto militar a los miembros de la OTAN.
Lo mismo ocurre en casa. Trump ha sometido al Congreso bajo presión. Está imponiendo su ideología en grandes universidades. Ha obligado a bufetes de abogados privados a trabajar pro bono para él y está utilizando el sistema judicial como arma contra sus adversarios. Y, en la práctica, ha cerrado la frontera sur y frenado la migración indocumentada.
Este es el tipo de “victoria” que se le escapó en su primer mandato y que, según prometió a sus partidarios de MAGA, alcanzaría tal volumen que se cansarían de ganar.
Sin embargo, Trump es un presidente tan polarizador –cuyos “triunfos” a veces son más teatro que sustancia– que su racha actual merece un examen minucioso.
A nivel internacional, cabe preguntarse: ¿Acaso Trump está acumulando victorias para el pueblo estadounidense o para sí mismo? ¿Su poder coercitivo sobre aliados y Estados más pequeños es una señal de fuerza o el comportamiento de un bravucón de patio de colegio? ¿Y cuáles serán las consecuencias de sus victorias a largo plazo, años después de que haya pasado su entusiasmo por un titular que proclamara un gran “acuerdo”? Las alianzas que convirtieron a Estados Unidos en una superpotencia parecen especialmente vulnerables en este sentido.
Si Trump es realmente una fuerza global dominante, la prueba estará en su manejo de tres temas críticos resaltados en su viaje a Escocia: la hambruna desgarradora en Gaza, la guerra en Ucrania y el comercio.
Trump hizo sorprendentes cambios de tono el lunes sobre Gaza y Ucrania.
En respuesta a un horrible video de niños desnutridos en Gaza, Trump contradijo la afirmación del primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, de que no hay hambruna en el enclave después de meses de bombardeos israelíes.
“Tenemos que alimentar a los niños”, dijo Trump, prometiendo establecer centros de distribución de alimentos para aliviar la creciente hambruna. Sin embargo, ofreció pocos detalles sobre cómo funcionaría esto en una zona de guerra donde civiles han muerto haciendo fila para conseguir comida. También ignoró la complicidad de Estados Unidos en la crisis de ayuda tras las dificultades que enfrentó un programa israelí respaldado por Washington que ignoró a los expertos de la ONU.
Tal vez el compromiso de Trump sea un cambio genuino y podría llevarlo a socavar a Netanyahu, un líder que ha rechazado repetidamente la presión estadounidense y ha dañado el deseo del presidente de ser visto como un pacificador.
Podría ser que, tal como sucedió después de los ataques con armas químicas en Siria en 2017, Trump se sintiera verdaderamente conmovido por las desgarradoras imágenes de niños sufriendo.
Pero un presidente con un agudo sentido político también pudo haber calculado que la creciente indignación hacia Israel significaba que podría terminar compartiendo la culpa del horror. El argumento del cínico se sustenta en su sugerencia previa de que los gazatíes deberían irse para permitir la creación de un balneario en la Riviera de Medio Oriente. Y la destripación de USAID por parte de Trump significa que los niños gazatíes moribundos no estarán solos.
La segunda prueba del poder global de Trump llegará en Ucrania.
El presidente expresó el lunes su creciente frustración por la negativa del presidente de Rusia, Vladimir Putin, a aceptar sus generosas sugerencias para un acuerdo de paz en Ucrania, limitando su plazo anterior de 50 días para actuar a 10 o 12 días.
“Tenemos conversaciones tan agradables, tan respetuosas y agradables. Y luego, la noche siguiente, la gente muere”, dijo Trump.
Si Trump realmente pasa de adular a Putin a castigarlo, podría perjudicar a Rusia, especialmente con sanciones secundarias que financian la guerra utilizando las exportaciones petroleras de Moscú. Pero hay un gran problema: eso requeriría que Estados Unidos se enfrentara directamente a potencias como India y China, con el riesgo de una repercusión económica global.
Con Trump en Escocia, sus negociadores comerciales estaban en Suecia manteniendo conversaciones de alto nivel con China que podrían producir otra “victoria” para su estrategia arancelaria y potencialmente el espectáculo de una visita presidencial a Beijing este año.
¿Está realmente dispuesto a arriesgar todo esto por Ucrania, una nación que, según él, ya ha recibido demasiada ayuda estadounidense?
Una acción enérgica contra Putin en los próximos días que también podría rebotar contra Xi –e incluso contra los propios intereses políticos de Trump– demostraría que el presidente está dispuesto no sólo a dominar a los europeos, sino también a enfrentarse a los líderes más despiadados.
No tomar esa medida daría validez a los críticos que consideran que la irritación de Trump hacia Putin tiene menos que ver con la difícil situación de Ucrania que con la vergüenza de que la campaña del presidente por el Premio Nobel haya sido frustrada por su antiguo héroe.
En la superficie, Trump logró una verdadera victoria contra la Unión Europea en el acuerdo comercial y con sus políticas comerciales “Estados Unidos Pprimero”, que él considera revierten décadas de socios que se aprovecharon de Estados Unidos con el interés de revivir la industria estadounidense.
La UE optó por no usar su propio poder económico para perjudicar la economía estadounidense. En cambio, aceptó un acuerdo que implica la imposición de un arancel del 15 % a las exportaciones europeas.
La reacción fue rápida.
“Una alianza de pueblos libres, reunidos para afirmar sus valores y defender sus intereses, decide someterse”, escribió el primer ministro de Francia, François Bayrou, en X.
Pero otros vieron pragmatismo en lugar de capitulación, porque cada vez es más evidente que los aranceles son existenciales para Trump, como lo demuestran los gravámenes similares incluidos en los recientes acuerdos comerciales anunciados con Japón y Filipinas. El ya lento crecimiento económico de Europa se verá afectado. Pero una guerra comercial sería peor.
“Quien espera un huracán agradece una tormenta”, dijo Wolfgang Große Entrup, director de la Asociación de la Industria Química Alemana.
La afirmación de Trump de que el acuerdo con la UE fue “el mayor acuerdo de la historia” es una exageración. El breve marco dista mucho de ser un acuerdo detallado, cuya negociación podría llevar años y miles de páginas para detallarse.
Todo esto parece la clásica costumbre de Trump de hacer pasar un pequeño avance como una victoria gigantesca.
El anuncio marco de la Casa Blanca es escueto y está repleto de condicionalidades. Tras un análisis más detallado, no queda claro qué ha cedido exactamente la UE. No hay indicios claros de que los europeos hayan cedido a las exigencias de EE.UU. de aceptar su carne de res tratada con hormonas o de flexibilizar la regulación de las empresas de Silicon Valley.
Los dirigentes europeos están jugando un papel a largo plazo.
Una guerra comercial con Trump podría haber destruido sus esfuerzos para evitar que rompiera la alianza transatlántica, que incluyó una promesa para que los miembros de la OTAN aumentaran el gasto de defensa al 5 % para 2035 durante su último viaje transatlántico.
Quizás tampoco sea una coincidencia que el cambio de postura de Trump sobre Ucrania y Gaza “que lo acercó a dos prioridades críticas de la política exterior europea“ se produjera horas después de las concesiones de la UE en el acuerdo comercial.
Las victorias de Trump son evidentes. Las europeas son más sutiles.
Starmer sigue la misma estrategia. Su disposición a dejar su dignidad política en la puerta cada vez que se encuentra con Trump le ha permitido forjar una amistad con el presidente y un arancel del 10 %, mejor que el impuesto a la UE.
La visión binaria de Trump de una vida en busca de victorias significa que él siempre debe salir victorioso y los del otro lado deben perder.
Al final, esto seguramente alejará a algunos de los mejores amigos de Estados Unidos.
Esto no importa en el credo de “Estados Unidos primero”, que busca aprovechar el poderío de Estados Unidos contra naciones más pequeñas, ya sean aliadas o adversarias.
Pero las alianzas estadounidenses y su liderazgo democrático afín fueron la clave del poder de Washington desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y a veces el país necesita a sus amigos, como tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Trump está agotando el poder blando estadounidense a un ritmo alarmante.
Y mientras algunos de los aliados tradicionales de Estados Unidos consideran estrechar lazos con China, hay señales claras de que el enfoque transaccional de Trump podría causar daños a largo plazo.
En el último número de Foreign Affairs, Kori Schake, exfuncionaria de política exterior de la administración Bush, escribe que el equipo de Trump está acelerando un futuro en el que los países “opten por salirse del actual orden internacional liderado por Estados Unidos o construyan uno nuevo que sea antagónico a los intereses estadounidenses”.
Y ni siquiera está claro que muchas de las victorias de Trump traerán mayor seguridad interna. Después de todo, al castigar a Europa con un arancel del 15 % sobre sus productos, Trump ha impuesto otro impuesto al consumo a los estadounidenses.
“Es una cifra que perjudicará tanto a la economía de Estados Unidos como a la de la UE”, dijo Fredrik Persson, presidente de BusinessEurope, a Richard Quest de CNN.
The-CNN-Wire
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