“Miniretiro”: estos profesionales del sector tecnológico tomaron una pausa antes de los 30 para navegar por el PacíficoEricks Webs DesignEricks Webs Design
El velero de 15 metros golpeaba contra enormes olas del Pacífico mientras avanzaba contra el viento. Los pocos cruceros visibles en el horizonte pronto desaparecieron, y llegaron los mareos, lo que dejó a algunos de la tripulación encorvados con cada vaivén. En un momento, el barco cayó tan violentamente que la puerta del microondas en […]
El velero de 15 metros golpeaba contra enormes olas del Pacífico mientras avanzaba contra el viento. Los pocos cruceros visibles en el horizonte pronto desaparecieron, y llegaron los mareos, lo que dejó a algunos de la tripulación encorvados con cada vaivén.
En un momento, el barco cayó tan violentamente que la puerta del microondas en la cocina se desprendió. Para aquellos que aún tenían apetito, la cena de chili con carne se serviría fría.
El grupo de amigos que navegaban el barco, todos ellos de veintitantos años, estaban muy lejos de sus trabajos de oficina en la industria tecnológica de California. Solo meses antes, el dinero fluía como marea alta, pero algo faltaba.
Un plan cuidadosamente trazado los había llevado a este momento: emprender una aventura en alta mar a bordo de su velero recién comprado y renovado, tras salir del puerto en Cabo San Lucas, en México.
Destino: las Islas Marquesas en la Polinesia Francesa, a medio océano de distancia.
Objetivo: aprovechar al máximo su juventud y buena fortuna mientras están sanos y son capaces.
El viaje enseñaría a estos jóvenes lecciones de vida de alto riesgo que no se pueden aprender dentro de una oficina. Y todo se lo debían al atreverse a tomar un “miniretiro” juntos.
¿Nunca lo habías oído? El término se refiere a tomar un descanso del empleo —a menudo al principio de la trayectoria profesional y, también, bastante temprano en la vida— con la intención de regresar al mundo laboral más adelante.
“Odio la idea de esperar hasta ser mayor para vivir experiencias más allá del teclado” dice Lauren Sanders, de 24 años, una de las navegantes que dejó su trabajo en tecnología para cruzar el Pacífico. “Y si estas experiencias van a formar y mejorar a la persona que soy, ¿por qué no perseguirlas lo antes posible?”.
Fue el océano lo que originalmente forjó la amistad entre Lauren Sanders, Jack Elliott y Ted Lewitt. Jack y Ted eran compañeros de cuarto en la Universidad del Sur de California, ambos originarios de Colorado, que empezaron a surfear en la universidad. En el club de surf de USC, conocieron a Lauren, quien había crecido surfeando en California.
Aprovecharon al máximo su ubicación costera, y ampliaron sus horizontes del surf con viajes a Costa Rica y a Hawai. También comenzaron a navegar juntos, a lo largo de la costa de California en un pequeño bote que Elliott y Sanders compraron después de graduarse, y en un chárter en el Caribe.
Pero mientras seguían persiguiendo las olas, también entraron en el exigente mundo del empleo tecnológico. Sanders dice que había “saltado de cabeza” al mundo de la tecnología creativa, trabajando como gerente de producto para una startup de software con horarios indefinidos que normalmente implicaban conectarse a Slack al despertarse, mientras aún estaba en la cama.
“Invertí la mayor parte de mi energía en el trabajo. Fue agotador y estimulante a la vez”, dice. En ese tiempo, compartía un apartamento en Santa Cruz con Elliott, quien para entonces ya era su novio, y Lewitt. Como ella, ambos ya estaban inmersos en la cultura tecnológica de largas jornadas laborales.
Elliott trabajó en varias startups, lo que implicó pasar muchas noches trasnochadas, reuniones interminables y una sensación constante de estar “quemado”. El tiempo que pasó en una empresa de telemedicina asistida por IA fue particularmente desgastante, dice.
“La parte difícil para mí no era el volumen del trabajo, sino el impacto: sentía que pasábamos mucho tiempo y usábamos muchos recursos persiguiendo solicitudes de clientes que realmente no hacían que nuestros pacientes estuvieran más sanos ni mejoraran su experiencia”, dice ahora Elliott, ahora de 26 años.
Los salarios eran cuantiosos, y aunque ninguno de los tres quisieron revelar específicamente cuáles eran sus ingresos, todos ganaban sueldos anuales en torno a los seis dígitos, por lo que pusieron decenas de miles de dólares en el barco que compraron juntos.
Mientras Sanders dice que le encantaba la rutina de trabajo duro de la tecnología, pronto se dio cuenta de que ansiaba el “nivel de crecimiento” que la naturaleza ofrece, al cual se había acostumbrado surfeando y trabajando como guía de río en la universidad. Fue entonces cuando empezó a ahorrar más dinero para hacer un gran cambio de estilo de vida.
El objetivo, que surgió a partir de una semilla de sueño que Elliott había estado contemplando durante años, dependía de reunir los fondos necesarios para comprar un velero que pudiera soportar una travesía por el Pacífico y ayudar a los amigos a buscar la libertad y los desafíos que anhelaban.
“No tuvimos muchos años después de la universidad para ahorrar, pero personalmente, he estado guardando dinero de trabajos esporádicos desde los 10 años en una caja de zapatos bajo la etiqueta ‘Ahorros de aventuras de Lauren’”, dice Sanders. “Todos los cheques de pago de nuestros trabajos tecnológicos que no se iban en el alquiler de nuestro departamento en Santa Cruz fueron directo para el barco”.
Elliott atribuye a “La semana laboral de 4 horas” de Timothy Ferriss la inspiración para perseguir el objetivo que tenía desde la universidad de navegar a vela a las Islas Marquesas, situadas a unos 1.500 kilómetros al noreste de Tahití.
“Él explica muy bien que cuando eres joven, tienes tiempo y salud pero no dinero”, dice Elliott. “Tradicionalmente, cuando eres de mediana edad, tienes dinero y salud pero no tiempo. Y luego te jubilas y ya no tienes salud, ¿verdad?”.
Estos jóvenes no están solos en su deseo de tomarse un descanso prolongado. Personas de cierta generación con algunos ahorros están adoptando el “miniretiro” en este momento, dice Sabrina Grimaldi, editora y fundadora de Zillenial Zine, una publicación en línea dirigida a la micro-generación entre Millennials y la Generación Z.
De forma similar al año sabático que algunos jóvenes toman entre la preparatoria y la universidad, o a un año sabático académico, el descanso prolongado es popular, dice Grimaldi, entre los jóvenes que buscan nuevas formas de establecer límites entre las obligaciones laborales y el tiempo libre.
“El equilibrio entre trabajo y vida es muy importante para mi generación. Trabajamos para vivir, no vivimos para trabajar”, comenta.
Y cuando se ponen a prueba los límites y la presión aumenta, una minijubilación puede ayudar.
“Puede parecer ridículo para algunos mayores que ya estemos listos para un descanso del trabajo siendo tan jóvenes, pero cuidar tu salud mental y prevenir el agotamiento es vital”, dice Grimaldi. “Si no lo haces ahora, ¿cuándo lo harás?”.
Este trío de profesionales de la tecnología sentía que perdía el equilibrio entre el trabajo y la vida.
Con su tiempo de vacaciones limitado, Elliott y Sanders decidieron ir a las Islas Vírgenes Británicas en 2022 durante una semana de navegación con amigos, e invitaron a Lewitt.
Lewitt, que se graduó en ingeniería electrónica, trabajaba hasta 50 horas semanales en un empleo que implicaba ayudar a vehículos autónomos a detectar señales de tránsito. El trabajo no era especialmente estresante, el dinero era bueno y quería a su jefe. El principal inconveniente era hacer un trayecto de 45 minutos entre Silicon Valley y Santa Cruz tres veces por semana.
Ya había salido a navegar en el barco de Sanders y Elliott por Los Ángeles antes, pero el viaje a las Islas Vírgenes Británicas cambió su perspectiva.
“Ese fue mi punto de partida”, cuenta Lewitt, ahora de 26 años. “Pensé, ‘Oh, puedes navegar entre estos lugares, tomarte una cerveza, y el agua está increíblemente cálida’. Eso fue lo que me enganchó con la navegación tropical. Pensé, ‘¿Cómo podemos hacerlo más?’”.
Suponía que el siguiente paso sería que el grupo volara a otra parte del mundo y alquilara un barco una semana para explorar algún lugar como Fiji o Tahití. “Pero Jack y Lauren tenían más ambiciones”, dice Lewitt.
Esas ambiciones culminaron esta primavera con la travesía en el Pacífico.
El viaje en abril a la Polinesia Francesa desde México duró 23 días y cubrió más de 4.800 kilómetros.
El trío había invitado a otro amigo, Pat Rabin, también de sus días en el club de surf, a unirse a la aventura (él “puso su parte”, contribuyendo con aproximadamente un 5 % para la compra del bote). Otro amigo de la universidad, Andrew Huang, se unió en el último momento para la travesía entre México y las Marquesas, para aportar otro par de ojos y manos en cubierta.
Después de los intensos vientos y olas que el grupo enfrentó justo al salir del puerto en Cabo San Lucas, su bote, un monocasco de 15 metros de largo que bautizaron como SV Open Range, finalmente alcanzó los vientos alisios.
Los amigos se acomodaron para pasar largos días y noches de guardia con el vasto océano Pacífico a su alrededor y la Vía Láctea cruzando el cielo por las noches.
Sin embargo, la travesía de tres semanas fue solo una pequeña etapa del viaje más largo para realizar su sueño compartido. Los tres amigos planificaron el viaje como si fuera otro trabajo, dice Elliott, usando software de gestión de tareas y presentaciones de PowerPoint.
Un año antes de dejar sus empleos y comprar su velero, el trío comenzó a tener lo que llamaron reuniones de Zoom “Lunes Marquesas” para encajar las piezas del rompecabezas de cruzar el Pacífico.
Se turnaban presentando temas como qué extinguidores comprar, las mejores rutas para navegar y qué equipo de protección personal necesitarían. También pidieron a navegantes experimentados que conocieron en clubes de navegación y a desconocidos que contactaron por Instagram que compartieran sus conocimientos durante esas reuniones de Zoom.
“A la gente le encantaba compartir, y que jóvenes como nosotros estuviéramos haciendo esto. Decían ‘ojalá hubiera hecho esto a su edad’ y estaban felices de compartir su sabiduría”, dice Sanders.
En septiembre de 2024, después de casi un año de reuniones por Zoom e investigación exhaustiva, finalmente encontraron un Beneteau 50 de 1990 en línea. El velero y el vendedor estaban ambos en California.
Los amigos pusieron el bote a prueba de mar, realizaron la compra y lo bautizaron.
La aventura requirió una suma nada despreciable de capital para comprar el bote y renovarlo a su gusto. Graduarse sin deudas estudiantiles y conseguir empleos bien remunerados justo después de la universidad ayudó a los amigos a lanzar su ambiciosa empresa.
Eligieron comprar un bote más caro de lo necesario porque querían un velero muy capaz y mejorado en seguridad, dice Elliott. Esperan vender la embarcación más adelante por más o menos lo mismo que pagaron, y señalaron que su “solvencia futura está definitivamente muy ligada a (vender) el bote”.
Si puedes permitirte tener el dinero del bote inmovilizado hasta que se venda de nuevo, dice él, “realmente es posible hacer todo el viaje por mucho menos de lo que gastas en un año en casa”. Una vez que el SV Open Range zarpó, los gastos ascendían a unos US$ 650 por persona al mes, lo que incluía US$ 80 para diésel, gasolina para la lancha auxiliar y propano; US$ 300 para comida; US$ 80 para Starlink y el resto en varios aranceles de aduana y seguros.
En Santa Cruz, en comparación, los tres habían intentado vivir austeramente compartiendo un lugar de dos habitaciones con un baño diminuto. Elliott dijo que, exceptuando gastos discrecionales, sus gastos mensuales en alquiler, comida, pagos del coche, seguro y servicios públicos eran de US$ 1.700 al mes.
El grupo reconoce plenamente el privilegio de estar en posición de tomarse una pausa prolongada. Fueron afortunados de poder elegir “carreras interesantes y especializadas” que les permitieron ahorrar rápidamente, dice Elliott. Sienten que la experiencia solo sumará al “capital de su identidad” y los ayudará a destacarse ante futuros empleadores.
Las habilidades de los tres probablemente seguirán siendo demandadas, dice, y pueden quedarse con sus padres si necesitan ayuda para volver a empezar.
Desde el principio, Sanders dice que su familia de navegantes experimentados la apoyó completamente. Los padres de Elliott tenían algunas reservas, pero lo respaldaban “de una manera como ‘yo no haría eso, pero te amaremos pase lo que pase’”, dice él. Los padres de Lewitt estaban preocupados, pero lo aceptaron una vez que quedó claro que el viaje sucedería.
Lewitt reconoce la pura suerte de su crianza. “Casi todos mis compañeros de trabajo vinieron a EE.UU. para la escuela de posgrado y ahora tienen familias y han hecho enormes sacrificios en sus vidas para poder trabajar en Silicon Valley”, dice Lewitt. “Soy especialmente afotunado de haber tenido una infancia como una especie de billete de lotería en EE.UU., para poder destinar mis ahorros a una aventura divertida en lugar de a la familia en casa”.
Lewitt y Elliott dejaron sus trabajos en diciembre para prepararse a tiempo completo para el viaje. La startup para la que trabajaba Sanders ya había quebrado en julio —sin pago de indemnización, dice ella— así que ella estaba totalmente comprometida desde incluso antes.
Al perder los beneficios de salud vinculados a sus trabajos, los amigos contrataron un seguro de salud temporal a través de Covered California, que cubre a personas que ya no trabajan, así como el seguro DAN Travel Insurance, que cubre a los navegantes para estancias de hospital, para el viaje.
La compra del SV Open Range el año pasado dio inicio a una oleada de preparativos para actualizar el barco a la navegación “del siglo XXI”, dice Lewitt, quien encontró en el trabajo manual una gran vía de escape del tiempo frente a pantallas de su empleo de oficina.
El grupo asumió la mayor parte del trabajo, desde la instalación de paneles solares y un sistema de agua para convertir agua salada en dulce, hasta una serie de otras reparaciones y mejoras eléctricas.
La curva de aprendizaje de pasar de navegar un barco pequeño por la costa de California a uno más grande, listo para cruzar el Pacífico, fue enorme, dice Sanders.
“De repente teníamos este enorme motor diésel con el que nunca habíamos trabajado y nos costaba muchísimo averiguar cómo funcionaba todo”, dice ella. “Usamos ChatGPT y búsquedas inversas de imágenes en Google para descifrar muchas de las cosas del barco”.
Finalmente lograron dar con una pareja que había sido dueña antes del barco y que fue de gran ayuda para aprender sobre los sistemas y particularidades del SV Open Range.
El 1 de febrero de 2025 fue la fecha que fijaron para su partida de California. Tras una fiesta de despedida en el puerto cerca de Santa Cruz, los amigos soltaron amarras y partieron hacia el sur.
Pasaron dos meses navegando por la costa de California y México hasta cabo San Lucas, resolviendo problemas en el camino, y buscando espacios para surfear siempre que tenían tiempo.
“Tratábamos de alcanzar todo lo posible, navegando todo lo que podíamos, buscando viento y olas, mientras aún teníamos acceso a suministros”, dice Sanders.
Zarparon desde Cabo San Lucas el 3 de abril. El viaje de 23 días a las Marquesas fue tan emocionante como agotador.
Hubo muchos altibajos, detallados con mucha personalidad por la tripulación en su bitácora. Una entrada del día 12 del cruce, titulada “Black Hole Sun”, ofrece una instantánea de las condiciones:
Hace tanto calor que se podría freír un huevo en los paneles solares.
Hace tanto calor que el chef de la cena necesita una cinta para la cabeza debido a lo mucho que suda mientras cocina.
Hace tanto calor que te puedes quemar la espalda en menos de 10 minutos de exposición directa.
Hace tanto calor que los tanques de agua están a pocos grados de la salida del calentador de agua.
¡Y luego sale el sol!
Hubo días largos como ese, en el que atravesaron la calma tropical bajo el sol abrasador de la línea ecuatorial, antes de encontrar los vientos alisios del sur. Hubo arcoíris por montones y turnos nocturnos sorteando chubascos con la amenaza de relámpagos parpadeando en el horizonte.
Los amigos racionaban las Oreos (dos galletas por persona después de la cena cada día), devoraron decenas de libros, realizaron sesiones de canto con mandolina bajo las estrellas y capturaron enormes atunes de aleta amarilla para convertir en sashimi y tacos.
Cuando cruzaron el ecuador en el día 15, celebraron con una comida de tacos de bistec que habían estado racionando desde que salieron de México y saltaron por la popa para nadar en aguas cristalinas de unos tres kilómetros de profundidad. En un momento dado, cuando un pez vela pasó velozmente por su lado, lo tomaron como una señal auspiciosa (antes de partir, habían puesto una calcomanía del pez en el costado del SV Open Range).
Para Elliott, cruzar el ecuador se sintió como el primer logro real del viaje: “Uno de esos momentos en los que tomas perspectiva y te das cuenta de lo increíble que es lo que estás viviendo.”
Cuando llegaron a las Marquesas el 26 de abril, Sanders dijo que sintieron la tierra antes de ver la isla de Fatu Hiva.
“Estaba emocionada. Nunca supe cómo olía la tierra, dice. “Olfateaba a jugo, tierra y victoria. Sabía que lo habíamos logrado”.
Para Lewitt, la tierra traía el dulce aroma de madreselva, un contraste bienvenido frente a los olores a diésel y a inodoro marino que habían dominado los meses anteriores.
Era imposible olvidar la vista desde el timón, cuenta Sanders, mientras dirigía el SV Open Range hacia la Bahía de los Vírgenes.
“Había cuatro cabezas asomadas delante de mí, cada uno de nosotros estirando el cuello sobre las barandillas del barco y aspirando el aire. Gritábamos emocionados por lo bien que olía”, dice.
Antes de poner un pie en tierra, los amigos descorcharon una botella de champán y llamaron a sus familias y amigos por Facetime. Los días siguientes los pasaron disfrutando de pomelos y mangos frescos, festejando con una familia local que les sirvió cabra (una especialidad marquesana), haciendo esnórquel en arrecifes coloridos y caminando por paisajes de otro mundo.
Sanders reconoce el “gran riesgo” que conllevó dejar sus trabajos, pero dice que había límites en cuanto a cuánto sentía que podía ser desafiada en el trabajo.
“Pero encontrar desafíos en algo tan impredecible como el aire libre, para mí, es la forma máxima en que puedo exigirme para ser mejor y más resiliente, y regresar con un fuego más grande”, dice. Con la supervivencia en juego, señala, este viaje la obligó a funcionar a su máximo potencial.
Elliott dice que toda la aventura lo hizo “imperturbable”, y cree que eso se trasladará a todas las otras áreas de su vida también.
“Después de pasar 12 horas, desde las 2 a.m. hasta las 2 p.m., boca abajo en la sentina, congelado en diésel para arreglar el motor mientras el barco se mueve por todos lados… la idea de que alguien te moleste en una reunión de trabajo es ridículamente trivial”, dice.
Tras arribar a las Marquesas y pasar un tiempo juntos surfeando, buceando y haciendo esnórquel en el archipiélago de Tuamotu más al sur, la tripulación poco a poco se redujo solo a Elliott y Sanders, mientras los demás viajaron para perseguir olas en otras partes del mundo o regresar a la oficina.
La pareja navegó el SV Open Range hasta las Islas de la Sociedad y luego hasta Tonga, aproximadamente 2.400 kilómetros al oeste, donde llegaron a principios de julio. Ahora, se dirigirán a Nueva Zelandia, con una parada en Fiji en el camino.
El plan es vender el barco en Nueva Zelandia, pero nada está escrito en piedra. Lo desconocido es parte de la aventura, y también de la recompensa.
Volverán a trabajar en poco tiempo.
“Quiero regresar de este viaje y empezar el próximo Amazon o algo así”, dice Elliott, quien añadió que está “cien por ciento seguro” de que podría encontrar un buen trabajo, incluso en un mal momento del mercado. Pero espera que lanzar su propia startup lo mantenga ocupado.
“Como yo lo veo, todos aprendimos mucho más de lo que hubiéramos aprendido trabajando ahora mismo”, dice.
Lewitt, que hizo un viaje de surf a Fiji seguido de una visita a un amigo en Singapur, coincide en que el tipo de experiencias que han tenido son imposibles de valorar. Y lo haría de nuevo, asegura.
“Va a ser bueno volver, conseguir un trabajo y ahorrar para la próxima mini jubilación”.
The-CNN-Wire
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